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Anaiah
Mi nombre es Anaiah Ross y todos en la manada me odian. La razón fue porque Tomas Rivers, el hermano del Alfa, intentó abusar de mí durante mi primera transformación y lo maté en defensa. Tomas era un hombre horrible que siempre me estaba tocando indebidamente cuando nadie más lo veía, así que no me importó verlo morir. Sin embargo, los demás no lo tomaron de la misma manera porque su esposa, Leah, lo defendió incansablemente diciendo que él nunca hubiera hecho algo así, no importó las veces que traté de explicar lo que había pasado, nadie me creyó y me convertí en una paria. Aunque Leah insistió en la inocencia de su esposo, estoy segura de que sabe la verdad.
La única razón por la que sigo con vida fue gracias a mis padres. Rogaron porque no me ejecutaran y se les concedió su deseo pero a cambio perdieron su rango como gammas y fueron destituidos a omegas quienes son considerados como los más débiles en nuestra sociedad. Usualmente se les encomienda trabajos de limpieza y no tienen ninguna voz en las decisiones de la manada. Ellos también terminaron abandonándome por esto.
—¿Dónde está esa m*ldita? —grita Leah a lo lejos y no puedo evitar poner los ojos en blanco. Ella es la que peor me trata dentro de la manada. Salgo de mi cuarto, que realmente es uno de los almacenes del segundo piso. Mi cama es un simple colchón y tengo un espejo roto sobre el mueble. Tengo cuatro mudas de ropa, un par de zapatos y una pequeña colección de mis libros favoritos.
Me preparo mentalmente para los insultos y golpes que seguramente recibiré mientras me acerco a la sala principal. Leah está parada en el medio vestida elegantemente con un largo vestido y unos tacos aguja. Tiene los brazos en jarra y no deja de mover el pie de arriba abajo con impaciencia. En la manos tiene algo de color amarillo que me tira a la cara ni bien me acerco lo suficiente. Me lo quito rápidamente y lo dejo caer al suelo con molestia. Antes de que pueda preguntarle cuál es el problema, su mano se estampa contra mi mejilla y me caigo por la fuerza del impacto.
Me ha golpeado con tanto vigor que me sangra la nariz, pero a ella no parece importarle porque se me acerca y comienza a patearme en el estómago. Dejo escapar un gruñido sordo, pero me ignora y me grita.
—¡Te dije que lo lavaras a mano! —chilla mientras cubro mi rostro con mis brazos. Desde que su esposo murió, no ha dejado de hacerme saber lo mucho que me odia.
Me levanto con cuidado después de que Leah se cansara de pegarme y me dirijo al baño destinado para los de servicio para limpiarme. La agua está fría y no puedo evitar un escalofrío cuando toca mi piel. Luego de echarme una pomada para mis heridas y cambiarme de ropa, voy corriendo a la cocina para preparar el desayuno. Hay más de cien personas viviendo dentro de la mansión, algunos viven en suites lujosas junto a sus familias o si son huérfanos en habitaciones separadas.
Termino de cocinar junto con la ayuda de otros omega. El desayuno de preferencia es el inglés lleno de salchichas, tocino, pan tostado, huevos y frijoles. Estamos sirviendo las grandes bandejas cuando entra Amos, el futuro Alfa de la manada, con su aire de suficiencia que lo caracteriza. A pesar de su fama de mujeriego, no puedo evitar admirar su belleza. De todas formas, esto no es suficiente para olvidarme de todas las veces que me molestó junto con los demás o golpeó por equivocarme. Una vez me abofeteó por derramar café caliente sobre Eunice, su novia, y aunque mi loba quiso responder el ataque, le recordé que si hacíamos algo, terminaríamos muertas.
Amos se me queda mirando de forma extraña, pero decido ignorarlo y seguir con mis labores. Los demás chicos también notaron mi presencia y comenzaron a molestarme pero los ignoro a todos. Mis padres llegan después de unos minutos, pero me miran con tanto odio y disgusto que me volteó rápidamente con los ojos llenos de lágrimas. Camino con prisa para calmarme, después de todo, me prometí a mí misma que encontraría la forma de escapar de este infierno y para eso tengo que ser fuerte.
Chalo, mi loba, me recuerda que las cosas mejoraran cuando encontremos a nuestro compañero de vida. Desde que nos contaron sobre esta personas elegida por el destino para amarnos, Chalo piensa que él nos salvara de esta tortura y nos cuidará para siempre.
Algunos de los chicos se ponen sus mochilas para irse a la escuela y no puedo evitar sonreír con amargura. Extraño estudiar y extraño a mis profesores, a pesar de que los otros estudiante usualmente se burlaban de mí. Dejé de ir a la escuela en mi segundo año de secundaria porque la manada decidió que no valía la pena invertir en mi educación. Después de todo, no es como si pudiera entrar a una buena universidad con mi historial.
Salgo un rato al patio para tomar un poco de vitamina D ya que mi piel está extremadamente pálida de todo el tiempo que paro adentro. Sonrió suavemente cuando los rayos de sol calientan mi piel y mi loba deja escapar un suspiro contenta. Me escondo detrás de las gradas mientras veo a los guerreros de la manada entrenar. Me gusta observarlos para saber lo básico sobre defensa.
Nuestra manada, Dawnrise, no es muy fuerte y nos valemos de los diferentes tratados con otras manadas para sobrevivir. La peor pesadilla del líder es que molestemos a otra más fuerte y entremos en guerra, por ello, nos aseguramos de celebrar todos los años la renovación de estos tratados a lo grande con un banquete completo y una fiesta en la que todos participan.
Una mano me agarra del cabello repentinamente y me caigo de espaldas. Eunice aparece en mi campo de visión, con los brazos cruzados y una sonrisa triunfante en el rostro. Hago mala cara al verla y trato de levantarme pero ella pone su pie sobre mi estómago. No está sola, está acompañada de dos rubias cabeza hueca.
—¡Deja de mirar a mi novio!
Me duelen las costillas donde me está pisando y toso ligeramente para soportar el dolor. Mi loba está tratando de curarme lo más rápido que puede, pero nuestra habilidad está severamente mermada porque no nos transformamos tanto como deberíamos. Finalmente, levanta su pie e intento levantarme con dificultad pero ella me golpea las piernas para que caiga de nuevo. Pone su talón sobre mi cuello y cierro los ojos esperando lo peor.
—Si presiono un poco más fuerte, podría terminar con tu sufrimiento para siempre —me dice de forma maliciosa a lo que mi corazón comienza a latir desenfrenadamente. Mi loba no deja de rugir, pero sé que no hará nada. Ella tiene bastante ímpetu, pero trato de controlarla lo mejor posible porque no podemos correr este riesgo. Chalo de todas maneras me intenta ayudar y reúna las fuerzas suficientes para patear a Eunice en las piernas haciéndola caer. Me levanto de un salto, enojada con el mundo, y comienzo a golpearla sin parar en la cara.
Unos brazos me agarran y nos separan a la fuerza mientras los demás están vitoreando nuestra pelea. Una sensación curiosa se extiende por mi cuerpo ante el contacto, pero lo ignoro por la furia que corre por mis venas.
—¡Déjame! —grito pataleando para soltarme. Me deja caer al suelo y lo enfrento con el puño levantado listo para golpearlo cuando me doy cuenta de que es Amos. Me detengo en seco y trago saliva con dificultad al verlo frente a mí. Se ve increíble en su uniforme de baloncesto. Este sonríe de lado al verme admirarlo haciendo que me sonroje violentamente y le evite la mirada.
—¿Por qué estás ocasionando problemas, omega? —me pregunta enojado.
—¡Ella fue la que comenzó!
—Serás castigada de todas maneras, ¿te das cuenta de lo que hiciste? —me gruñe, amenazante, mientras me empuja contra un árbol. Me estremezco ante el impacto y me comienza a asfixiar. Trato de golpearlo, pero pareciera que estuviera golpeando a una pared. Mi mirada comienza a nublarse y siento que mis pulmones me arden. Cuando mis manos caen a mis costados, sin fuerza, Amos finalmente me suelta y caigo rendida al suelo.
Mientras trato de recobrar el oxígeno, el chico se agacha a mi costado y pareciera que me mirara con preocupación, pero estoy segura de que me lo debo estar imaginando porque un segundo después sus ojos se oscurecen y se desenfocan. Debe estar llamando a los guardias de la manada para que me apresen.
—Te quedaras en las mazmorras por lo siguientes días —me explica y abro los ojos con horror.
—¡Ella fue la que comenzó! —gritó, aunque sé que es inútil. No quiero pasar ni un día en las mazmorras, los guardias se aprovechan de las mujeres siempre que pueden. Nunca me ha pasado, pero tampoco quiero arriesgarme. Este me ignoró y se levantó para irse, pero se detiene después de dar dos pasos.
—Antes de que me olvide, quisiera dejar esto en claro. Yo, Amos Rivers, te rechazo como mi compañera y futura Luna, Anaiah Ross.
Me quedo pasmada al escucharlo, las palabras se repiten sin parar en mi cabeza, pero no sé cómo reaccionar. No puedo creer que mi compañero sea Amos. Eso significa que lo ha sabido por años, pero prefirió quedarse de brazos cruzados mientras me golpeaban y maltrataban. El joven se queda frente a mí sin ninguna expresión en el rostro y un escalofrío recorre mi espalda.
—¡Guardias!
Unos guardias aparecen al lado de Amos y lo saludan con una reverencia. Eunice está ahí también, sus ojos están rojos y su perfecto cabello despeinado. Tiene cortes en las mejillas y debajo del párpado. Sonrió con satisfacción, pero se me borra del rostro cuando la veo susurrándole algo al oído y recibiendo un asentimiento después.
—Enciérrenla y denle latigazos todos los días hasta que diga lo contrario —ordena con una voz suave como satín y no puedo quitarle los ojos de encima. De la nada, siento algo frío caer por mis mejillas y me doy cuenta de que estoy llorando. Los guardias me agarran de los hombros y me llevan a la mazmorras, me tiran adentro como si fuera un saco de papas y me dejan sola luego en la oscuridad. Siento que mis sangre bulle por la vergüenza de haber sido rechazada. En la privacidad de mi confinamiento, dejo escapar un sollozo y me abrazo los brazos mientras lloro por todo lo que me ha pasado en la vida. Pensé que cuando encontrara a mi compañero, encontraría mi salvación, pero ahora veo que esa no es la realidad. Mi loba no me responde y la siento retirarse a los rincones más lejanos de mi mente.
Los días pasan rápidamente y los guardias cumplen con sus órdenes. La piel de mi espalda se rompe en varios lugares y estoy segura de que debo lucir horrible. Solamente me ofrecen una comida al día que consiste en pan y agua. Chalo no me ha vuelto a hablar desde que Amos nos rechazó. Sé que está muy triste, pero intento ayudarla al vociferar mi rechazo también.
—Yo, Anaiah Ross, acepto tu rechazo, Amos Rivers —entono con finalidad aunque me siento vacía después. No siento que el vínculo entre nosotros se haya roto, pero mis palabras cargarán un peso que le hará sufrir al otro.
Amos
Estaba ocupada recibiendo y saludando a los invitados que llegaban para la celebración de la renovación de los tratados cuando sentí un dolor punzante en mi corazón. Algo estaba mal, mi lobo no dejaba de gruñirme, y no entendía lo que estaba pasando.
«No la culpes, ella mató a tu tío en defensa propia», me increpa Narciso.
«Nadie sabe si es cierto eso», le respondo. Mi tío era un maldito, pero seguía siendo familia. Ella podría haber manejado la situación de una mejor manera en vez de matarlo a sangre fría.
«¡Tenía trece años! No tenía el control suficiente sobre su loba. Amos, sé que su loba es fuerte, ella es fuerte», me asegura con orgullo mi lobo a lo que asiento reticentemente porque mi tío tenía sangre de líder, así que no cualquiera le hubiera ganado.
Me muerdo el labio mientras pienso en ella. Anaiah es la joven más guapa de toda nuestra generación, su belleza no puede esconderse incluso detrás de sus harapos y suciedad. También es muy fuerte porque nadie hubiera soportado lo que ella había soportado.
«Te digo que sería perfecta como la Luna de la manada», me increpa Narciso.
«Sí, pero es mejor que elijamos a Eunice como mis padres quieren. Sus padres son fuertes también y han sido nuestros aliados por años».
Eunice puede ser engreída y una llorona, pero tengo que estar con ella para fortalecer a nuestra manada. Además, tiene un buen cuerpo, así que no me duele pasar las noches con ella. De todas maneras, siempre que estoy con cualquier chica, me imagino que es Anaiah debajo de mí. Con sus ojos celestes, largo cabello y jugosos labios. Pensar en ella hace que mi miembro se despierte, así que me disculpo con mis padres y me voy a la oficina para encontrarme con cualquiera de las omegas disponibles. Ella aparece con una sonrisa, servicial, y sin perder el tiempo se pone de rodillas y me ayuda a relajarme.
—Sigue así, Anaiah —gimo mientras embisto su boca antes de terminar. La omega se traga mi semen y se levanta a mirarme con satisfacción.
—Me encantó serle de utilidad, mi Alfa —me susurra sensualmente pero yo simplemente la ignoro y me siento en mi silla. Unos segundos después me agarro el pecho con fuerza y dejo escapar un gruñido de dolor. La joven trata de acercarse, preocupada, pero con una mirada le advierto que no será bienvenida.
—Lárgate —le ordeno, sin aire, mientras trato de controlar el dolor.
—¿Qué es lo que está pasando? —le pregunto a mi lobo.
«Nuestra compañera aceptó nuestra rechazo», me responde.
Suelto un grito gutural cuando escucho esto.